Cine y literatura.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Macedonio Fermández o la inscripción del pensamiento



    No existe ningún automatismo, ningún gesto formal de esos que se encuentran en otros textos, y que lo vuelven familiar por lo menos en primera instancia para cualquier lector. En la escritura de Macedonio Fernández solo hay el ornamento continuo de una escritura cuya ceremoniosidad no hace más que pensarse a sí misma. No hay conquista de nada en su escritura, porque Macedonio cuando escribe lleva a cabo un acto de una admirable fuerza centrípeta (en el sentido de no permitir jamás que la escritura se oriente hacia fuera de sí misma), para marcar continuamente la inmanencia de la materia literaria, en donde la literatura es concebida como una puesta en escena de sí misma sin que el fenómeno literario resulte necesario para su escritura. No hay, entonces, espacio para la público o para la publicación, los lectores pasaran y ninguno comprará, dice en Museo de la Novela de la Eterna., no hay, en definitiva, una finalidad literaria en la escritura de Macedonio.
    Esta falta de atención para con el lector, ese que hubiera leído alguno de sus libros, tiene como compensación la representación continua y recurrente del lector de la escritura, que es el que ésta se representa. Mientras el lector desespera ante los textos macedonianos, el lector de la escritura recrea la posibilidad de estar dentro de ella y a la vez contemplarla dentro de la ficción, como si la escritura misma predictivamente tuviera la capacidad de adelantarse al fenómeno literario de forma que lo vuelve prescindente.
     Quizá el procedimiento macedoniano por antonomasia sea el de tensionar la temporalidad narrativa hasta casi disolverla, en tal sentido, la idea de comienzo perpetuo, de un comienzo que se eterniza en las páginas constituye una forma clave de esa tensión. Tanto en Una novela que comienza como en Museo de la Novela de la Eterna, Macedonio aparece fascinado religiosamente por la idea de los inicios, mediante acumulación de prólogos en  Museo… que no permiten establecer una escisión entre la condición paratextual del prólogo y el cuerpo textual de la novela misma.
     En este trato con la temporalidad de su escritura se esconde el anhelo de la simultaneidad. Lo anecdótico queda en un plano de fondo respecto de estos procedimientos formales, en los que la escritura tiene una profundidad inédita. Pero,
¿de dónde proviene esta profundidad de la escritura, cuál es su fundamento? Pareciera ser que el pensamiento en Macedonio no desea someterse a los corsés que exige habitualmente la escritura y por lo tanto opera en ella un aflojamiento, una suerte de ruptura, de elasticidad mediante la cual aquél puede hacerse presente en ésta. Si la escritura macedoniana no estuviera trajinada por el pensamiento como agente desestructurante y abierto, jamás habría podido adoptar esta forma. El pensamiento, que además comulga mejor con lo simultáneo, fuerza la linealidad sucesiva de la escritura y la obliga a figurar esa simultaneidad que le era ajena. El efecto de movimiento perpetuo de la escritura macedoniana proviene entonces de esa tensión hacia lo simultáneo a la que la fuerza el pensamiento. No quiere decir esto que lo que hay en la escritura de Macedonio sea pensamiento puro, eso sería imposible, lo que ocurre es que gracias al efecto de éste la escritura adopta una forma que la obliga a señalar la presencia de aquel de manera insoslayable. El pensamiento se acopla a la permanente sinuosidad que puede transmitir a la escritura, este se hace presente en la zona de fractura en donde la escritura se ve forzada a figurar el discurso como acontecimiento. La escritura macedoniana subraya el carácter sucesivo del lenguaje justamente porque busca aflojarlo de su lógica causal y mimética, justamente al despojar la escritura de sus hábitos, los vuelve visibles. Como en su escritura entran en escena de manera central, los materiales mismos del discurso y se muestran en un movimiento continuo, exasperante, en el que el lector no llega a ninguna operación de aprehensión a la manera de un texto clásico, solo puede asistir a ese cambio permanente en la que se mueve, donde también circula ese lector que ha creado la escritura y que es en varios sentidos contrario al otro.
      Esta movilización permanente de los materiales de la escritura niega los géneros, las teorías y aleja sus textos de cualquier gestualidad que los condicione a las determinaciones apropiadas para una circulación social, literaria.
      La escritura de Macedonio se despliega un una pre-escritura, en un antes de la fijación escrita y va construyendo una nueva forma de ser de la escritura que se desplaza en la ausencia, que bordea con insistencia la nada. Esta pre-escritura tendría su anclaje en la Metafísica de la no existencia, sobre los modos de ser de la ausencia, que es una función hoy reconocida por la teoría en la dinámica misma del fenómeno literario.
       Los textos de Macedonio se exhiben como textos fundamentalmente escribibles, en donde lo que rige es la provisoriedad, la  mutación permanente que informa el pensamiento. Hay que mudar y mudarse permanentemente, hay que dejar profesiones y creencias. El pensamiento en sí es mudanza y traslada su conducta a la escritura. El pensamiento que debe afirmar y no admitir la ambigüedad, la instala en la escritura, deja que prolifere que se habitúe a ella y la haga propia.
       La escritura renovada por la oxigenación que le brinda el pensamiento gira sobre sí misma y contempla aquellas formas que la sujetaban y ahora es capaz de recorrerlas, constatándolas, adoptando una distancia humorística frente a ellas
       El pensar siempre introduce lo enigmático de lo incongruente, que hace que ciertas ideas regresen, inesperadas. El secreto del pensar nos conduce al padre que dice lo suyo cuando el hijo piensa en el arte como presentación de este diálogo donde triunfa la muerte.
        Macedonio como pensador, ha escrito, se ha convertido en escritor, pero en un escritor puro, quiero decir perpetuamente inédito. Ese carácter de inédito es concomitante con la forma de ser que ha adoptado su escritura, que no ha nacido para ser publicada. Publicar hubiera sido darle un lugar de supremacía y trascendencia a la escritura en detrimento del pensamiento, y como ambos se nos presentan en un admirable e insólito equilibrio, la publicación no puede tener lugar. Macedonio no escribía libros, sino, simplemente, escribía. La publicación, quiero decir el momento en que es necesario que la obra se conozca y se difunda, corresponde a otra escena, a una que requiere de la ausencia de Macedonio, ya que es su hijo, Adolfo de Obieta, quien va a publicar sus escritos. Cumplido el proceso de la escritura macedoniana, es posible ya en otra escena, la publicación, puesto que no podrá neutralizar el efecto de inédita de esta escritura que se ha concebido a sí misma como fin último.
       La valoración y la difusión de la escritura resultan problemas inferiores para el pensamiento, y no puede distraerse con ellos, atareado en distraerse consigo mismo, por eso es que la escritura admite, guiada por el pensamiento, la mezcla y la confusión de los textos, rehuyendo así las sistematizaciones. En su Última novela mala y primera novela buena afirma:
             A veces me encontré perplejo cuando el viento hizo volar los manuscritos,
         porque sabeís que escribía por día una página de cada una y no sabía tal página
         a cuál correspondía, nada me auxiliaba porque la numeración era la misma,
          igual la calidad de ideas, papel y tinta, ya que me había esforzado por ser
          igualmente inteligente en una y otra (…) Lo que sufrí cuando no sabía si una
          página brillante pertenecía a la última novela mala o la primera buena

        La confusión nos lleva a desmontar en el texto la noción de mala y buena, ya que además se confiesa la igualdad de esfuerzos y acciones hacia una y otra obra. Macedonio frustra aquí paródicamente los juicios de valor y pone en el centro la escritura, transfiriendo al lector la facultad de evaluar (si lo desea) por eso:
           Hágase cargo el lector de mi desasosiego y confíe en mi promesa de una
        próxima novela malabuena
        Se evidencian aquí los juegos del pensamiento, y como el pensar es un estado de perpetuidad en Macedonio, cuestiona en la escritura el concepto de origen o de comienzo
            Es indudable que las cosas no comienzan, o no comienzan cuando se
        las inventa, o el mundo fue inventado antiguo.

        El uso insistente de la disyunción pareciera una marca del pensamiento que no acepta la simple opcionalidad y se reitera para negar cualquier movimiento fuera de ella.
         La inscripción de ese pensamiento da la idea de continuidad, no ya del clásico principio, medio y fin, sino de una ininterrumpida duración de una escritura que no va a ninguna parte, buca y rebusca los sentidos y cuando los halla los deshecha, los repiensa y los desmonta, pues los juzga risueñamente provisorios.
         La acción desinstitucionalizante de la escritura macedoniana está presente hasta en el período melódico de sus textos, en esa tonalidad que siempre parece afín al pensamiento, en esos movimientos que se imbrincan y se traban, elevándose para abismarse, suspendiéndose para retomar una marcha que en realidad nunca iniciaron y ya casi están por concluir.
         Macedonio representa el triunfo del pensar sobre las reglas de la escritura, el pensar deshizo esas reglas en los textos macedonianos, generando espacios nuevos, abriendo senderos en los se puede prescindir de todo, salvo de eso que está escrito, dando por resultado una redefinición revolucionaria de la escritura misma.
        
  Maximiliano GONZÁLEZ JEWKES     maxigonje@yahoo.com.ar
 http://www.losolvidadoscine.com/

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